El ex presidente escribió una columna de opinión en el diario El Tribuno de Salta donde se refiere a la construcción de la democracia en estos últimos 25 años.
Se ha dicho que la tarea emprendida por los argentinos en 1983 consistió, no en una restauración de la democracia, sino en una construcción de la democracia.
Creo que esta distinción es fundamental por cuanto lleva implícita la idea de que el gran esfuerzo que comprometía a todos en la estabilización institucional del país debía recorrer caminos nuevos y replantear en profundidad los contenidos de la cultura política argentina.
La democracia precisaba -y precisa- del concurso de todos desde su lugar de trabajo y desde su respectivo grado de responsabilidad para hallar marcos de acción común mediante la elaboración y el diálogo.
Reglas de convivencia, valores consensualmente aceptados y una capacidad colectiva de cooperación y participación hacen a la esencia de la construcción de la democracia.
Ello no excluye, sin duda, tempestuosos debates y agrios enfrentamientos de coyuntura. La política democrática implica disenso y diferencias. Pero la política no es solamente conflicto, es fundamentalmente construcción. El diálogo político es imprescindible para analizar nuestra realidad de modo que los distintos partidos políticos expresen su visión acerca de la solución de nuestros problemas sociales e institucionales. Esa tarea exige más especialistas en el arte de la asociación política. Como ya he dicho, no será posible resistir la cantidad de presiones que estamos sufriendo y sufriremos, si no hay una generalizada voluntad nacional al servicio de lo que debieran ser las más importantes políticas de Estado expresada en la existencia de partidos políticos claros y distintos, renovados y fuertes, representativos de las corrientes de opinión que se expresan en nuestra sociedad.
Todavía hoy, a veinticinco años, quedan rastros de intolerancia, violencia, maniqueísmo y confrontación en la cultura política argentina. Superar esas rémoras y déficit debe ser una empresa colectiva, una tarea de la hora.
Debemos acostumbrarnos a ver en el otro -cualquiera sea su condición social, nivel educativo, raza, sexo, religión o ideas políticas- una fuente potencial de razones que debemos considerar y de intereses que debemos tener en cuenta.
Debemos convencernos de que, en muchas situaciones sociales, intentar satisfacer los intereses de otros es, a largo plazo, la mejor forma de promover nuestros propios intereses.
El país hoy necesita, como en 1983, de manos laboriosas para la construcción de la democracia. No basta celebrar elecciones periódicas, respetar la independencia de los poderes o preservar los mecanismos institucionales del pluralismo político, también hay que dotar a ese ordenamiento de una subjetividad acorde con él. La democracia debe ser vivida, convertida en cultura, en contenido permanente de nuestras conductas.
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