Hace 25 años convoqué a los argentinos a construir una democracia que albergara a todos. Emergíamos de una larga noche de violaciones masivas a los derechos humanos por obra de la acción del propio Estado, pensamiento autoritario e indiferencia colectiva.
Por Raul Alfonsin
Hace 25 años convoqué a los argentinos a construir una democracia que albergara a todos. Emergíamos de una larga noche de violaciones masivas a los derechos humanos por obra de la acción del propio Estado, pensamiento autoritario e indiferencia colectiva. Medio siglo de gobiernos militares había echado raíces en una sociedad que poco conocía de los valores de la tolerancia, el diálogo y el pluralismo que se ejerce en la libertad. Se trataba de recuperar los valores perdidos, de darle un fuerte contenido a los derechos humanos y afianzar la dignidad perdida en años en los que el enfrentamiento y la violencia habían sepultado a la palabra. Una de mis primeras medidas fue convocar a la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep). Sus participantes, todos de probada conducta cívica, recibieron las denuncias de familiares que buscaban a los miles de desaparecidos. Había que investigar el pasado para poder proyectar un futuro en el que episodios como los que habíamos vivido no se repitieran nunca más. Y ese fue precisamente el título del libro en el que se volcaron todas las denuncias: Nunca Más era el principal mensaje que queríamos legarle a una juventud que se incorporaba a la democracia, a la libertad, al desafío de construir una sociedad en donde las ideas se confrontaran con ideas, y no con armas. No fue una tarea sencilla porque las corporaciones se resistían a revisar un pasado que las comprometía. Pero lo logramos. Las denuncias formuladas en ese libro fueron utilizadas por la Justicia para realizar el Juicio a las Juntas y condenar a los principales responsables. Fue un hecho inédito que sentó un precedente crucial para el mundo, pero en particular para América latina, que había atravesado un largo período de dictaduras militares. El proceso de democratización en Latinoamérica liberó a los pueblos de tiranías intolerantes y arbitrarias. La libertad ha sido uno de los grandes logros obtenidos a fines del siglo pasado. El progreso ha sido formidable. Pero también debemos preguntarnos cuántos han sido los beneficiados. Reservado para una minoría de grandes empresarios, terratenientes y grupos monopólicos este progreso no alcanzó a más de dos tercios de la población, inmersa en la desesperación del hambre, la falta de educación, de salud y de vivienda. En condiciones de marginación que nunca habíamos imaginado, millones de habitantes de nuestros países carecen de los más elementales derechos humanos. Hoy, aunque sea duro reconocerlo, la libertad es un beneficio del que disfrutamos los que no tenemos hambre, los que podemos enviar a nuestros hijos a las escuelas y universidades, los que podemos dormir en una casa sin temor al frío o la lluvia. ¿Cómo formar ciudadanos democráticos cuando están sumidos en la desesperación? Es por eso que haber obtenido el derecho al libre sufragio y el respeto a la libertad de expresión no alcanza para tranquilizar nuestras conciencias personales. Tenemos pendiente una deuda, porque la miseria golpea a nuestra puerta y no podemos ser indiferentes a ella. Democracia es el ejercicio de la libertad y de los derechos, pero también igualdad de oportunidades y distribución equitativa de la riqueza, los beneficios y las cargas sociales: tenemos libertad pero nos falta la igualdad. Tenemos una democracia real que nos permite elegir a nuestros gobernantes, opinar, debatir sin temor, pero coja e incompleta y, por lo tanto, insatisfactoria: es una democracia que no ha cumplido aún con algunos de sus principios fundamentales, que no ha construido todavía un territorio sólido que incluya a los desamparados y excluidos. Y no ha podido, tampoco aún, a través del tiempo y de distintos gobiernos, construir puentes firmes que atraviesen la dramática fractura social provocada por la aplicación e imposición de modelos socioeconómicos insolidarios y políticas regresivas. Esa es la tarea que deben cumplir los gobernantes, ahora y en el futuro. Sé que no es fácil, pero si pudimos romper con los prolongados ciclos de dictaduras y hoy celebramos 25 años ininterrumpidos de democracia, también podremos alcanzar una sociedad en la que todos puedan proclamarse ciudadanos libres. *Presidente de 1983 a 1989.
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